Poetas guerrilleros en El Salvador. La Generación olvidada.


LA CENSURA Y UNA GENERACIÓN OLVIDADA



Siete escritores perdieron la vida en los inicios de la guerra civil salvadoreña y pasaron al olvido gracias a la persecución política. Pero a pesar del silencio su obra sigue presente mostrando un eslabón que parecía perdido en la tradición literaria de El Salvador.



***



Cuando era niño había muchas cosas prohibidas. No podíamos escuchar algunos grupos musicales ni vestir de rojo, y era motivo de muerte salir de la casa a ciertas horas. Vivíamos en guerra y ya era suficiente vivirla, para continuarnos preguntando por qué se prohibía todo. En el colegio los planes de educación se habían congelado y todos conocían a Roque Dalton, pero no a los que le siguieron. La muerte de Dalton en 1975 dejó como herencia el valor y el compromiso por la lucha de liberación. Así que los jóvenes decidieron seguir su camino, sobre todo los literatos. A partir de ese año la mayoría de jóvenes quería ser como él, escribir temerariamente para denunciar al Gobierno y sumarse a la lucha armada (aunque Dalton nunca fue un cuadro militar), así surgieron siete escritores que abrieron el telón a la guerra civil salvadoreña y se convirtieron en poetas mártires. Unos como denunciantes de los hechos trágicos que acontecían, así como de la incontable lista de violaciones a los Derechos Humanos que El Salvador protagonizaba a diario desde hacía casi un siglo, pero que en esos años se veía cada vez más, como un terrible producto de los asesinatos, torturas y desapariciones que afectaron tanto a sus víctimas, a sus familiares, a la historia literaria de nuestro país y, por supuesto, al mundo. Fueron años en los que se dio el momento para guardar silencio o para morir por negarse a callar.

Y eso fue lo que hicieron: Jaime Suárez Quemaìn (1949-1980), Alfonso Hernández (1948-1988), Lil Milagro Ramírez (1945-1979), Rigoberto Góngora (1953-1981), Nelson Brizuela (1955-1990), Delfina Góchez Fernández (1958-1979) y Mauricio Vallejo (1958-1981). Todos ellos sufrieron por mantener firmes sus convicciones, y así sus nombres quedaron plasmados en nuestras crónicas prohibidas de guerra. Durante muchos años permanecieron en silencio, olvidados por los estudiosos, por las editoriales y por sus coetáneos, por ello les llamo La Generación Olvidada.

Estos poetas fueron resucitando rara vez en los comentarios de algunos de sus compañeros. Dejando un vacío para las nuevas generaciones, un eslabón desconocido que hacía imposible enlazar a la Generación Comprometida con las nuevas promociones de literatos.

Sin estos autores olvidados es imposible tener un panorama real de las letras cuscatlecas, fueron estos escritores los que siguieron la tradición que los poetas de la generación de 1944 iniciaron con sus denuncias y sus publicaciones desafiantes, que tuvieron como triunfo la derrota de un dictador, Maximiliano Hernández Martínez en la histórica huelga de brazos caídos en la que participo la nación entera, y que fue definida con más fuerza por Los Comprometidos y la generación de 1970 que poco a poco dejó el compromiso social por el existencial. Pero no sólo por su voz de protesta, sino por ese verso limpio, aunque lírico, en el que pretende comunicar por medio del conversacionalismo todo lo que ven o sienten respecto a la realidad que imperaba en esos años.



COMPROMISO

Todos estos escritores, además de escribir cooperaron con los movimientos sociales, denunciaron por medio de la pluma los actos de los cuerpos militares, se manifestaron en las calles y algunos decidieron cambiar la pluma por el fusil. Todos ellos se comprometieron hasta el punto de ofrecer sus vidas. Y así fue, todos murieron, quizá. Sin alcanzar la estrella que les esperaba, que de seguro hubiera sido alta porque observamos en sus jóvenes escritos una densidad y un atrevimiento que no se visualiza en muchos escritores que les precedieron. Es posible que más de alguno de ellos hubiera revolucionado el lenguaje e incluso hubieran ganado importantes premios mundiales. Pero esta Generación Olvidada dejó no sólo la estela de sus obras, sino el poema de sus vidas.

Las dos mujeres de este grupo fallecieron en 1979. Es con ellas que se abre el ciclo de persecuciones más intensas a los jóvenes literatos a casi seis meses de iniciar la guerra civil declarada. La primera en partir fue Delfina Góchez Fernández, quien firmó la mayoría de sus escritos con el seudónimo Juana María Tiempo, y nació el 16 de junio de 1958. Fue la escritora que menos pudo ser apreciada de esta generación, sin embargo a sus trece años fue capaz de elaborar versos interesantes con pura intuición y al conocer que tenía la literatura en su sangre podemos afirmar que su futuro le auguraba éxitos en las letras. Era hija del poeta Rafael Góchez Sosa y hermana del escritor Rafael Francisco Góchez.



“Con gusto moriré.
A mí me van a matar.
¿Cuándo? No sé…

Lo que sí tengo claro es que moriré así,
asesinada por el enemigo.

Como quiero seguir luchando, siempre estaré luchando para morir así.
Como quiero morir junto al pueblo, nunca me separaré de él.
Como es nuestro grito el que llegará, deberé gritarlo siempre.
Como el futuro y la historia están con nosotros, jamás me desviaré del camino.
Como aspiro a ser revolucionaria,
mis puntos de vista y todas mis aspiraciones estarán a partir de ello”. Fragmento de Delfy Góchez.



Desde joven decidió luchar y fue por ello que se organizó en contra  del gobierno de esos años. Participó como muchos jóvenes en las diferentes protestas estudiantiles y con el valor que da la juventud se aventuró a las incontables mareas humanas que copaban las calles exigiendo un cese a la represión. Fue miembro del Frente Universitario Revolucionario (FUR 30), y una mañana del 22 de mayo de 1979 mientras aunaba su voz con otros estudiantes fue alcanzada por  una bala de un francotirador. El poeta Góchez Sosa plasmó su dolor en unos versos:





Amigos: mi hija no está muerta

Por Rafael Góchez Sosa

¿Qué no lo habéis notado, amigos míos?

¿Qué no llega hasta vosotros un resumen de armonías?

Si vosotros supiérais cómo siento
el corazón, la cabeza, la conciencia y el desvelo.

Si vosotros sintiérais lo duro
que es ir a recoger a una hija
que ellos llegaron a tirar como perro muerto.

Si vosotros sintiérais sus manos
tremendamente heladas, sus labios
deshechos,
sus pulmones quietos
y sus ojos cerrados
como dos golondrinas que pararon su alegría en pleno vuelo.

Si vosotros viérais hoy su cama sola,
su escritorio donde noche a noche
hacía sus tareas de la UCA,
su silla donde sentada sonreía a la hora del almuerzo.
Si viérais sus vestidos sencillos,
hoy, esta noche,
colgados como las horas cuando no hallan
respuesta a las campanas.

Si vosotros viérais el viejo álbum de fotos donde ella,
pequeñita y mañanera,
jugaba con la brisa como quien juega
con pedazos de esperanza.
Si observárais el baño, las tazas, su mochila,
el patio de la casa donde leía poemas
y aprendía cosas del siglo que no para.

Si vosotros supiérais que mi hija,
pequeña porción mía de espíritu y de carne,
se casaba
el sábado que viene.

Si la mirárais bien, detenidamente,
allí,
en ese ataúd que la aprisiona y liberta,
veríais en su rostro las cumbres dibujadas.

Verías la onda del mar de mayo
tratando de construir caracolas.

Miradla bien, amigos.
¡Ved que su boca quiere decirnos algo!

Sus labios casi pronuncian la palabra hermano.
El sonido que yo oigo es “¡libertad!”.
¿Lo escucháis vosotros?

No, amigos: mi hija no es una muerta muerta.
Algo de ella llega e ilumina esta noche sin cocuyos,
mientras cruje la puerta de los enamorados.
Ella está aquí y allá.
Y más allá.
Junto al obrero, junto a los campesinos.
Junto a los estudiantes.
Junto a todo aquel que lleva en las espaldas
el fierro de los explotadores.

No, mis amigos: Delfy no está muerta.
Miradla.
Recordad que algo quiere decirnos.
Si sois humanos, si hay sangre,
si tenéis historia,
vida,
no me miréis a mí.
Miradla a ella con su pequeño rostro
buscando los caminos.
Miradla a ella trasluciendo el dolor de los pobres
para causar el alba.

Mi hija, mi Delfy, no puede estar muerta,
porque en su silencio las armonías vuelan
y se acunan en el pecho de las madres, de los niños,
de los vientos y del mar.

Y se acunan en estas dos manos mías,
vuestras
para sembrar la simiente
de la patria de todos.



(Texto conforme a la versión original, distribuida el 23 de Mayo de 1979. Incluido, con variantes, en “Los días y las huellas”, 1987).



Lil Milagro Ramírez, nació el 3 de abril de 1945, fue una poeta, ensayista y reconocida guerrillera que estuvo involucrada en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) donde labró una estrecha amistad con Roque Dalton, a quien ajustició su dirigencia. Lil no estuvo de acuerdo con este ajusticiamiento, por lo que fundó junto a Eduardo Sancho, Alfonso Hernández y otros la Resistencia Nacional (RN), estos tres también eran literatos. Sus escritos representan mucha de la ideología de las fuerzas revolucionarias, al grado que algunos le han conferido la autoría del poema El Partido, siendo en realidad este del escritor Bertolt Brecht.

Lil  además de amar la literatura, también amaba la democracia y en un país en guerra ese era un delito serio. Ella se desarrolló como militante de la Juventud Demócrata Cristiana en 1966 y cuando egresó de Ciencias Jurídicas en 1970 abandonó su hogar para sumarse a la clandestinidad con “el Grupo” que en 1972 pasó a llamarse Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Dagoberto Gutiérrez, comandante del FMLN, la describe como “la jefa guerrillera, maestra del pensamiento e instructora de la paciencia, que amaba la poesía por encima de todo. La revolución fue siempre su sueño y desvelo, y el socialismo su utopía más segura”.

Tras el ajusticiamiento de Roque Dalton y Armando Arteaga a manos de sus propios compañeros, Lil abandona el ERP y funda la Resistencia Nacional junto a Eduardo Sancho y Alfonso Hernández, con el objetivo de procurar la liberación del pueblo y la tolerancia a las ideas.

En noviembre de 1976 fue capturada por la Guardia Nacional  en una casa de San Antonio del Monte, Sonsonate donde sufre una herida ligera en la cabeza. Al quedar inconsciente los guardias la llevan a las cárceles clandestinas donde es torturada, mientras la gente la cree desaparecida, lamentablemente fue asesinada el 17 de octubre de 1979. Hasta la fecha se ignora dónde quedó su cuerpo.

En sus versos se aprecia que la muerte la siente cerca en todo momento y siempre dispone a manera de testamento sus versos, para aclarar su destino o la forma en que debe ser recordada. En el poema que sigue, podemos apreciar la influencia de autores como Roque Dalton y César Vallejo.



“Mi nombre aquel

Mi nombre aquel

no lo pronuncies ni siquiera

en voz baja

espera

ya volverá a ser yo

cuando la muerte o cuando

el triunfo”.

Lil Milagro Ramírez.





Desde la sala de redacción del periódico La Crónica, Jaime Suárez Quemaìn, jefe de redacción de dicho medio, hizo su trinchera y con el poder que confiere la palabra escrita denunció sin temor las atrocidades de los diferentes Gobiernos de militares (Armando Molina y Humberto Romero), además de la confusión en la población ante tres diferentes Juntas revolucionarias de Gobierno. Muchos fueron perseguidos y desaparecidos por pensar contrario a la línea oficial que exigía silencio ante los asesinatos y torturas a los sospechosos de subversión.

Durante varios años se desempeñó como maestro y escribía poesía, cuentos, microcuentos además de crónicas y artículos. Suárez nació el 7 de mayo de 1949, siendo hijo del campeón de boxeo Alex Suárez, quien lo inspiró no sólo en sus poemas sino en su vida.

Había recibido múltiples amenazas de muerte, entre ellas unas fueron entregadas a su hermano, que era coronel. Frente a él un oficial de rango mayor le arrojó un ejemplar de La Crónica frente a él. Con evidente enojo le dijo: “decile a tu hermano que deje de escribir esas cosas, sino le vamos a dejar un mensaje en La Crónica”.

Otro día se detuvieron dos vehículos frente a La Crónica, bajaron la puerta de la cama de un pick up y tomaron posición para empezar a ametrallar las instalaciones del periódico. A pesar de este aviso, Suárez siguió escribiendo.

Cuentan que la esposa del dueño del periódico le mostró a un visitante oficial la oficina de Suárez. Un par de días después, cuando estaban imprimiendo el medio llegaron un par de hombres y ametrallaron desde afuera dicha oficina. A él no le pasó nada porque se encontraba supervisando la edición. Cuando los sujetos se fueron, el poeta subió a su oficina y recogió los casquillos y dijo: “me voy a hacer un collar con estos bolados”.
Un día volvieron a llegar donde su hermano, el coronel, y le dijeron que ahora el aviso se lo iban a dar directamente a Suárez y que le dijera que dejara de escribir. Ante la amenaza se reunió toda la familia y le pidieron que saliera del país. El poeta dijo: “si mataron a Monseñor Romero, quién soy yo”.

Como lo hacia a diario, el poeta y periodista Jaime Suárez Quemaìn bebía café en Bella Nápoles, muy cerca de donde se encontraba la redacción de la Crónica. Acababa de darle un sorbo a su taza cuando el fotoperiodista César Najarro entró en el local y al ver a Suárez decidió ir a saludarlo. En ese momento entraron dos hombres, que acababan de salir de un taxi. Se acercaron a los periodistas. Uno se quedó tras Suárez y le tocó la espalda. Al levantarse Suárez, el otro hombre le puso unas esposas. De inmediato hicieron lo mismo con Najarro. Era la tarde del 11 de julio de 1980. El silencio reinó en el Café Bella Nápoles, así como sucedía en la mayoría de calles, casas y parques de El Salvador. El 12 de julio fueron encontrados ambos cuerpos en la entrada de Antiguo Cuscatlán. Ambos habían sido cruelmente torturados, Suárez había recibido varias cortadas con machete en la espalda, también le habían abierto el abdomen. Además tenía varios golpes en su tórax, rostro y extremidades, y un agujero de bala muy cerca de uno de los orificios de su nariz. Su sobrina Sonia Martínez Suárez junto a otros familiares lo llegó a reconocer, otros no tuvieron valor de verlo, aunque al escuchar después que su mano aún tenía el dedo pulgar entre su índice y dedo medio como una señal de rebeldía ante el poder.

Suárez era un verdadero luchador en contra de la injusticia. Todo atropello contra los Derechos humanos, cada verdad era publicada sin importar el precio que tuvo que pagar con los días. Se convirtió en un símbolo de la libertad de expresión.

“Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo sin remedio”, afirmó en su momento Suárez, una frase que es vista con normalidad en pleno 2008, pero a finales de 1970 el sólo hecho de pronunciarla en voz baja era suficiente para dejar de vivir.
Sus palabras eran leídas a diario no sólo por sus simpatizantes, sino también por sus enemigos que un día no pudieron tolerar más sus comentarios y decidieron acabar con él. El 13 de julio de 1980 el periódico español El País destacó el asesinato de Suárez:
“El secuestro de Suárez Quemaìn y Najarro ocurrió apenas cuatro horas después de que un grupo de familias campesinas llegadas del norte del país, bajo la protección armada del grupo izquierdista Ligas Populares Veintiocho de Febrero, ocuparan ayer la Embajada de Costa Rica en esta capital, para «denunciar al mundo la represión del Ejército contra los campesinos». Un policía que custodiaba la sede e intentó impedir la ocupación fue muerto de un tiro”, escribió Carlos María Gutiérrez.

Tras su muerte sus amigos publicaron una plaqueta de su autoría llamada Un Disparo Colectivo.

Jaime Suárez fue un maestro por naturaleza. Enseñó durante algunos años en los aulas de algunos centros escolares, pero también instruyó a varios escritores e intelectuales de la época, entre ellos la cantante y antropóloga Lorena Cuerno e incluso a mi padre, Mauricio Vallejo, quien lo conoció por medio de mi abuelo Oscar Antonio Vallejo cuando Suárez y él trabajaron juntos para el Ministerio de Educación.

Jaime le decía a sus amigos: “Vamos a comernos la sopa del chucho”, cuando los invitaba a comer en su casa, porque su madre, Carlota Quemaìn vda. de Suárez tenía un perrito que no comía si no le preparaban una sopa de carne de res o de pollo. Así que los poetas llegaban a diario a almorzar y se escuchaban las pláticas de: Ricardo Castrorrivas, Nelson Brizuela, Mauricio Vallejo, Rigoberto Góngora, entre otros.

También recomendaba lecturas a los jóvenes escritores que se reunían con él en el café bella Nápoles como era el caso de los hermanos Galeas: Geovani y Marvin, quienes participaron durante la guerra civil salvadoreña como miembros de radio venceremos del ERP y tras la guerra se desarrollaron como escritores.

Suárez fundó junto a Alfonso Hernández, Rigoberto Góngora, Mauricio Vallejo, Humberto Palma, Jorge Mora San, los hermanos Galeas, Nelson Brizuela, David Hernández y José María Cuéllar, la revista literaria La Cebolla Púrpura, que gozó de mucha simpatía por varios años. Todo esto mientras desarrollaba su trabajo como periodista de La Crónica.
Su oficio literario lo compartió con muchos, entre ellos sus vecinos. Cada uno de ellos tuvo el honor de que el poeta le dedicara un poema en la serie Mis Vecinos.
En la escena poética Suárez se dio a conocer al ganar un certamen estudiantil nacional en 1970, desde entonces no soltó la pluma y escribió poemas, teatro, además de sus incisivos artículos de opinión.

“Cuando asistas a la universidad ten presente que manos de albañiles la construyeron, que detrás de cada libro hay manos de tipógrafos que, aunque no te conocen, piensan en ti en cada letra que colocan, que detrás de una regla de cálculo, de una probeta y hasta del lápiz que ocupes: hay manos obreras. No los defraudes volviéndoles la espalda. Si algún día te toca anteponerle a tu nombre la palabra “doctor” o “licenciado” que no sea para estar en alianza con el gánster“, afirmaba Suárez.

Entre sus libros destacan: Un disparo colectivo, poesía, edición póstuma. San Salvador, 1980, El discreto encanto del matrimonio, teatro, 1980 y Lienzo abstracto, poesía, inédito, 1980. Además de muchos trabajos más publicados en periódicos y revistas de la época.

Jaime Suárez Quemaìn no fue un boxeador, seguramente nunca se puso los guantes ni buscó el ansiado ranking de una Federación amateur o profesional, quizá apenas sabía un poco de palabras como: rectos, ganchos. Tal vez ni le interesaba ver las peleas tanto como escribir. Pero tenía sangre de boxeador y la de una de las mayores glorias boxísticas de nuestro país. Quizá por ello él fue tan combativo. Su padre fue Alejandro de la Cruz Suárez quien figuró como campeón centroamericano en 1939.

Dentro de su poemario Un disparo Colectivo encontramos un poema conmovedor llamado Un Round a tu recuerdo, donde habla de su padre, de lo orgulloso que en ese momento se encontraba de tener un padre boxeador heroico al que le dedicaba su vida. Cuenta su familia que lo escribió un día en que se iba a suicidar, pero al ver el retrato de su progenitor en la pared en lugar de acabar con su vida tomó una pluma y comenzó el poema.

Así como su progenitor tuvo la vida de un verdadero luchador, uno que peleó contra la libertad de expresión, contra el miedo y habló sin ataduras: “Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo sin remedio” afirmó Suárez y aún ahora siguen vibrando en más de algún escrito como muestra de que Suárez dejó su huella en las letras salvadoreñas.

Suárez era considerado uno de los poetas más influyentes, su trabajo literario gozaba de mucha autenticidad y tenía una forma áspera y a la vez tierna de presentar su tiempo.



UN ROUND A TU RECUERDO

A Alex Suárez



Siempre me opuse a caminar

con tu estatura

en el ojal de la camisa

—simple cuestión de orgullo.

De allí proviene el hecho

de entregarte tan tarde este poema,

por lo que pasa a ser

algo así como un telegrama rezagado.

La verdad es

que de momento

se me vino a los ojos tu palabra,

llena de la humildad

que cubría el eco de tu nombre.

Vino así,

no sé cómo,

sin llamar a la puerta,

simplemente

tomó mi dolor entre sus brazos

y me llevó hasta la vieja casa,

al canapé donde solías hacer la siesta

y fumabas tu tristeza.

Eran los días en que clinchabas tu presencia

con el rostro de un niño que tenía

doce años jugando entre otras manos,

y contabas tus hazañas en el ring del mundial

cuando el boxeo era boxeo

y no una exhibición amanerada.

Ahora, viejo,

las cosas han cambiado.

Ya quedó atrás el muchachito

que contempló tu muerte;

la vida me hace madurar a bofetadas.

Pero no creás



que doy con los dientes en el polvo;

como vos

pienso que es permitido doblarse

pero no partirse.

Y ahí voy, caminando,

finteándole a la vida su amargura,

cuidándome de los golpes a los bajos, tratando

de terminar en pie este largo round.

Aunque a veces, te confieso,

he llegado a flaquear,

a quedar groggy

y querer tramitar un suicidio voluntario.

Pero basta un vistazo a tu retrato

y ya no hay vuelta de hoja:

sé que dejaste tu punch sobre mi verso,

y jab a jab

iré elevando mi nombre hasta tu nombre.



Viejo,

tengo una deuda contigo…

me querías ingeniero

y te salí poeta,

porque no es cosa de ir por allí

soportando un disfraz que desentona.

Con vos pasó lo mismo,

te querían curita

y saliste campeón de box ¡Y qué campeón, carajo!

Perdoná que te quite “tu tiempo”,

pero a veces,

cuando estoy tan solteramente solo

y me urge hablar con alguien,

se me viene a los ojos tu palabra.





LA LUCHA

La poesía no era suficiente para hacer la lucha, eso fue lo que consideró Rigoberto Góngora (1955-1983), o el chele como lo llamaban sus amigos cercanos, cuando decidió Formar parte de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) e iniciar la lucha desde la trinchera donde las balas surcan de ambos lados. Antes de ello había sufrido la persecución, razón que lo obligó a permanecer clandestino por algunos meses hasta que decidió pasar al campo de batalla en donde perdió su vida en 1981. Góngora tuvo que moverse de casa en casa, escondido por amigos o simpatizantes de las FPL, hasta que una mañana decidió salir y sumarse a los combates. Su obra es casi desconocida y no se conservan publicaciones individuales de él, salvo algunas en la revista Pájara Pinta Su obra es intensa como la del resto del grupo, pero se distingue por utilizar figuras más crudas, queriendo sugerir la rudeza del tiempo en sus versos. Su obra quedó dispersa en periódicos y revistas de la época.



MOMENTOS SIN PAN Y SIN DINERO

Tomen mi sombre y cobren,

Salgan a caminar por los portales.

Deshagan las últimas gotas de vida en mi silencio.

Desahoguen su lupa de impulsos

Y descubran el mínimo.

Y tú, desaforada bestia,

Diviértete,



Porque después,

Despertarás con un grito…

Tu espalda se acomodará

Lentamente…

Tumbarás las piedras del sofisma… después

Hundir{as tus dientes.

Cuando la hayas saboreado

Sabrás

Sabrás

Sabrás a pura sangre.





Mauricio Vallejo, nació el 28 de diciembre de 1958.  Vio en la denuncia el principio para obtener cambios en nuestra sociedad y fue así como se incorporó a trabajar en con las FPL como colaborador, y poco a poco se fue intensificando su trabajo hasta ser uno de los intelectuales orgánicos. Escribió poesía, teatro, cuento y novela, además de canciones. Vallejo fue perseguido antes de sus veinte años por lo que conoció el exilio en Costa Rica, donde fue albergado por Sebastián Vaquerano, conocido editor de la Editorial Universitaria (EDUCA). Tras algunos meses el poeta no soportó el silencio y la falta de comunicación con su mujer e hijo, así que regresó a su país. Decidió volver a la vida civil, además de colaborar siempre con las FPL.

El cuatro de julio de 1981 conversaba con el poeta Francisco Andrés Escobar a la salida de la Universidad José Simeón Cañas (UCA) cuando fue  sorprendido por un auto anaranjado con los vidrios polarizados, de este salieron cuatro sujetos con fúsiles G-3 y M-16 y los encañonaron. A Escobar le obligaron a ponerse contra el suelo mientras introdujeron a la fuerza a Vallejo dentro del carro. Desde ese momento su esposa y su familia lo buscaron con insistencia durante 18 años, pero sin éxito. Hasta la fecha se desconoce su paradero, sólo existen algunos rumores sobre su muerte y el nombre de sus posibles autores intelectuales.

Como una medida de seguridad su suegra, Josefina Pineda de Márquez, tuvo el valor de enterrar su obra en las cercanías de la Universidad de El Salvador (UES), sabiendo que ocultar material subversivo (poemas, cuentos y otros escritos) podrían condenarla a muerte. Durante 18 años permanecieron bajo tierra hasta que los manuscritos fueron entregados a su hijo (su servidor).

Además fue parte del grupo de redactores de la Pájara Pinta y de la Pancarta, órgano divulgativo cultural de las FPL.



NOTA URGENTE PARA EL CIPOTE

Qué chillidos de varón hijo y por la boca echás una atarraya bolsona de estrellas.

Todo te ensalivás!

Quizá llorás por el ruido de los helicópteros que están va de pasar y pasar.

No temas hijo, los animales andan hambrientos.

Patricia te pone la chiche y te callás arrimado a tu mamá.

Qué chillidos!

Bien despertás a los muertos del panteón de Tonaca cuando estás con hambre,

Se te corre la Sihuanaba.

Servía para espantar de la casa los espantos

y para afirmar el porqué de la lucha del Pueblo.

-Están naciendo varones –dice tu bisabuela-, es tiempo de guerra.

Que chillidos hijo, ahuyentan a los explotadores y tiranos,

y vos hijo, ya no vas a tener que ser subversivo ni nada de eso,

por eso hay miles metiéndole a la lucha.

Bien, bien. Levantá el bracito o que te ayude a tu mama o a tus abuelas.

En ese brazo hay un chorro de brujería, está bañado con cogollos de quina,

con hojas de ruda y flor del Lempa,

con práctica revolucionaria y objetivos socialistas.

Este brazo es brujo, más que brujo, es el brazo izquierdo que sostendrá

el llanto de tus hijos, hijo.

Que chillido hijo, hermoso llanto, como escuchar el llanto del nuevo sistema.



Alfonso Hernández nació en San Vicente en 1948, se sumó a las fuerzas de la RN y compartió el tiempo entre el fusil y la pluma, dejando buena parte de su obra publicada: Poemas, 19744; Cartas a René, 1975; Del hombre al corazón del mundo, 1976; País, memoria de muerte, 1978; León de piedra (Collage), 1981.

Alfonso también ejerció el periodismo en el periódico El Pueblo y en la revista Taller. Estudió sociología, pero no llegó a titularse porque decidió engrosar las filas de la guerrilla, en la que se transformó en el comandante Gonzalo. Fue miembro del grupo literario La mazacuata junto a Eduardo Sancho, Mauricio Marquina, Manuel Sorto, Reyes Gilberto Arévalo y Rigoberto Góngora. Todos ellos tomaron como ideal de vida el ejemplo de Ernesto Ché Guevara, líder de la revolución cubana. Hernández fundó el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU), un importante grupo de movimiento social.

Estaba seguro de que iba a morir en cualquier momento por lo que grabó en su fusil:



“Mañana quizá estaré muerto

Y sobre mi tumba perdida en la montaña

La lluvia caerá con mis recuerdos…

La patria nos dio su corazón y emprendimos la lucha,

Yo di mi vida para que entre todos construyamos su futuro”



Es el escritor más conocido de esta generación, quizá porque su muerte fue tardía, el 10 de noviembre de 1988 víctima de un bombardeo en el volcán de San Salvador.

Tras el bombardeo los militares tomaron el lugar y decapitaron al poeta. Su cabeza nunca fue encontrada y se acusó de esta atrocidad a la extinta Policía de Hacienda. En la década de 1990 la Asociación de Trabajadores para la Cultura y el Arte crearon el premio de poesía Alfonso Hernández, que fue uno de los certámenes más prestigiosos de El Salvador.

El último en morir fue Nelson Brizuela, que nació el 24 de julio de 1955, quien tras la muerte de Jaime Suárez Quemaìn se refugió en Nicaragua tras una serie de persecuciones en San Salvador, en esos años sostuvo una vida bohemia que lo llevo a la muerte.

Aparece en la Antología La Margarita Emocionante (1979) de Horacio Castellanos Moya que fue publicada por la editorial Universitaria donde también son publicados Miguel Huezo Mixco, Mario Rodríguez, Roger Lindo, Roberto Quezada y Horacio Castellanos Moya.

Curiosamente Brizuela no se decidió a estudiar una carrera relacionada con la literatura, sino que en 1973 se graduó como contador público del Instituto Miguel de Cervantes.
Poco tiempo después ingresó a la Universidad de El Salvador, en la cual estudió Economía. Lamentablemente no pudo concluir esa carrera debido a las responsabilidades familiares. Mientras se desenvolvía con los números, Brizuela fue ganador de los Juegos Florales de Zacatecoluca en una ocasión. Al llegar 1980 la vida del poeta dejó de ser igual, pues al igual que al resto de sus coetáneos la muerte de Jaime Suárez Quemaìn afectó su vida.

El 30 de agosto de ese mismo año y con el corazón en la mano decidió asilarse en Nicaragua, donde la bohemia fue su amiga inseparable. Pero no olvidó a su país: “En sus escritos revela sus interminables noches (en los cafés) de Bella Napoles, de Lutecia, de Alcázar, de las calles de San Salvador, de su Barrio Belén, de sus padres y hermanas, de la pobreza y del llanto, de la lluvia, de la injusticia y crueldad del gobierno en turno y también de la esperanza de un tiempo mejor“, Afirma Beatriz Brizuela, hija del poeta.

El poeta siempre fue un conciliador y un “pan de Dios”, como afirma Mario Noel Rodríguez, pero el 7 de agosto de 1990, víctima de un accidente cae de un autobús en Managua. Brizuela jamás imaginó que volvería a su natal San Salvador en un ataúd dejando sus escritos al resguardo de sus hijos y familiares que esperan que Nelson Brizuela ocupe el lugar que merece dentro de las letras nacionales, como un eslabón más de esa larga cadena de escritores salvadoreños que están ausentes en los libros de historia.



COSAS DE FAMILIA

Según me cuentan,
mi abuelo tocaba la guitarra
y era un buen mecánico
que le gustaba el tequila
y ya picado, le cantaba a su mujer
“la que se fue”.
Mi padre es un pacífico Contador
de pisto ajeno,
jamás se ha metido en política
y respeta a sus hermanos
porque aman la Biblia
y los discos de Ray Conniff.
Mi madre lleva una vida trabajando
en cuidar “bichos” ajenos
y en sus adentros cree que soy un genio
y eso no la deja dormir.
A mis hermanas, mis primos y cuñados,
los tiene locos John Travolta
y el basquetbol;
pero yo salí poeta
y algo es algo ¿no?

 

TRADICIÓN

Estos escritores fueron olvidados en el silencio tras sus muertes. Muchos de ellos sólo habitaron en el recuerdo de sus familiares y hasta la fecha se han publicado de forma parcial sus obras. Es importante conocer sus trabajos y su historia para poder apreciar que la literatura salvadoreña tiene una tradición que se ha mantenido por más de cuatro décadas. Durante la época de 1944 cuando El Salvador logró derrocar al General Maximiliano Hernández Martínez en la histórica Huelga de brazos caídos. Los poetas acompañaron estas luchas con sus plumas; al llegar las dictaduras militares que reprimían nuestro país los Comprometidos y la generación de 1970 se pronunciaron. Pero en los albores de la guerra civil un grupo de poetas no les bastó con denunciar, también sacrificaron sus vidas y a sus familias para denunciar la injusticia con la esperanza de que el cambio llegara. Sin embargo, el tiempo se volvió más duro y la década de 1980 fue de mayor persecución, así como de más lucha y lamentablemente también de olvido.

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