Primer final





Los siguientes párrafos son un borrador de un texto que estoy escribiendo. A modo de experimento, lo libero para releerlo algunas veces más, antes de decidirme por él, como una constatación de la claridad de la narrativa que busco.


Del Después


El reloj casi anunciaba las 3 de la tarde, los parroquianos conversaban con voces apenas perceptibles que se interrumpían con el repiqueteo de las campanas al salir o al entrar de los clientes. Yo esperaba a Elizabeth en la mesa de siempre, con el mismo café americano que todos los meseros conocían, y que sólo por mero mecanicismo, y a efectos administrativos, anotaban en sus comandas. La noche anterior Elizabeth me llamó. Una anomalía en su voz me vaticinaba la tempestad. Su tono melifluo y reservado escondía la cólera kamikaze, la boca del abismo al que se encaminaba y me arrastraría inexorablemente sin que mi voluntad presentara batalla. Así eran las cosas entre ella y yo, entre ella y todos.

— Hola — Dijo ella, sentándose frente a mi.

— Hola — Respondí.

— Ésto debe terminarse ya. — sentenció — No quiero seguir dejando cada parte de mi en sus camas. No más. Ustedes sólo me buscan por eso. No es quiero eso para mi.

— ¿De qué hablas?. — La interrumpí, esperando ganar algo de tiempo. — ¿Por qué siempre arruinas las cosas cuando parecen que van bien?

— Como sea. Me da igual. Todos me quieren solo por eso. Me tengo que ir, solo vine a decirte eso. No nos veremos nunca más, olvida todo lo que pasó y en especial olvidame a mí, si algo de lo que dijiste tenía algo por verdad.

— No quiero que te vayas sin que me expliques qué ha pasado, si tienes problemas podemos resolverlos, no hay necesidad de poner tierra entre ambos. No así. No ahora.

— Encontré a Dios. Él me trajo la paz que tanto he buscado. La calma que hay en mi vida se la debo a él, no es cosa nueva, desde pequeña con mi abuela, en las noches, todas las noches, pedíamos a Dios por la familia. — Su tono ahora era calmado y sin asomo de ira. — Es justo lo que faltaba en mi vida, de verdad, no es cosa que me haya inventado. Sé que estás pensando, mi madre también lo pensó y me lo dijo, pero yo estoy segura que esto es verdadero, no es producto del momento ni de la emoción. Es lo que quiero y no diré más.

Sentí desprecio por ella. Sus enredos con Augusto no me parecían lo mejor, pero entendía los beneficios que eso me contraía, y pronto asimilé la coexistencia de ambos en la ida y venida de sus labios. Aprendí a saberlo y él aprendió a saberme, aunque de otro modo. Pero, era inadmisible que Dios, ese viejo lánguido que creí vencido ya hacía mucho tiempo, tuviera por arrebatármela. Esperó entre mis cortinas reptilmente, el muy cabrón; espiando cada paso, cada vestigio de ella, madurando su venganza definitiva que le llevaría a recuperar la delantera entre nosotros. Se rebajó a mis reglas, no escatimó ni un ápice. El favor de Elizabeth ya no me pertenecía. Nunca más volvería a ser mía.

— Adiós, entonces. No tengo nada más que decir. No te deseo que seas feliz porque no me nace hacerlo. No te pido nada más porque no estoy en posición de hacerlo, y al final, un día todo esto será un recuerdo que me hará remontarme al ocaso de los años de mi juventud. De la tierra no pasamos — Le espeté dándole la espalda, sin esperar replica alguna.

Aquella noche fue la última vez que la miré, como se mira al amor que se escurre entre las falanges. Hice todo lo posible por no contar los aniversarios de aquel día, ni uno solo le concedería, no mencioné su nombre y me negué su existencia. Al perder, solo resta la elegancia, no hay nada peor que un asiduo del fracaso se consuma en sus torpezas.

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