Un viaje hacia el oriente

Sentado en lo más alto de un cerro, o al menos un peldaño antes, puedo observar en mi reloj de cuerda que las manecillas marcan las 6:34 am y está a punto de amanecer, dudo un momento porque no siempre es exacto. Se observa a lo lejos un globo aerostático entre nubes obscuras que forman a su alrededor una vaya como si intentaran frenar su avance. Un vaivén se refleja en las pupilas de cada observador que esté presenciando el acto. Rojos intensos y amarillos luminosos en forma de rodajas de una naranja se disponen sobre la corrugada tela, que ensanchada por efecto del aire caliente nos hace soñar y pensar que tan lejos podríamos llegar en esa antigua aeronave, nos hace pensar que es el símbolo de la libertad. Yo lo miro de espaldas, va tripulado por mí, pero no me percato de que ahí, justo atrás, tengo los ojos clavado.

Se aleja esa máquina de sueños hacia el oriente, acelerando su paso conforme el sol se presenta a mis ojos. Un solo del color del fuego, grande y redondo va asomando con cautela, como si de la precisión de su acto dependiera el mundo. Sabe la importancia de estar ahí, de lo contrario dichos y costumbres se verían al margen de la extinción.

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