E l hacer el amor con una prostituta no es propiamente hacer el amor, podría describirse como una ilusión o de mil maneras más, pero jamás podría llamarse “hacer el amor”. Es mas bien una maquinación de fantasías a la medida del cliente, aunque tiene cierta complejidad cabe señalar, como por ejemplo, saber qué quiere éste sin preguntárselo siquiera, lo tienen que adivinar ellas mismas con las miradas, con la forma de vestirse o desvestirse del cliente, con un sólo hálito de placer; psicólogas formadas netamente en la universidad de la vida y actrices redomadas. Es su negocio, las ficción que pueden vender desde el desván de su experiencia han sido, y serán, el atractivo de esta nebulosa profesión, misma que se ha instaurado en las faldas de las escorias y de los instintos, constante pugna entre las pulsiones y la razón misma, perseguidas desde el corazón de los discursos moralistas. No quiero tocarla, no quiero besarla, de todas formas ella jamás lo permitiría, ¿Por qué...
Un lugar para disfrutar de las incongruencias de las ideas