Fábrica de Ilusiones.
El
hacer el amor con una prostituta no es propiamente hacer el amor,
podría describirse como una ilusión o de mil maneras más, pero
jamás podría llamarse “hacer el amor”. Es mas bien una
maquinación de fantasías a la medida del cliente, aunque tiene
cierta complejidad cabe señalar, como por ejemplo, saber qué quiere
éste sin preguntárselo siquiera, lo tienen que adivinar ellas
mismas con las miradas, con la forma de vestirse o desvestirse del
cliente, con un sólo hálito de placer; psicólogas formadas
netamente en la universidad de la vida y actrices redomadas. Es su
negocio, las ficción que pueden vender desde el desván de su
experiencia han sido, y serán, el atractivo de esta nebulosa
profesión, misma que se ha instaurado en las faldas de las escorias
y de los instintos, constante pugna entre las pulsiones y la razón
misma, perseguidas desde el corazón de los discursos moralistas.
No
quiero tocarla, no quiero besarla, de todas formas ella jamás lo
permitiría, ¿Por qué? Porque sólo se besa a quién se quiere y no
a quién se ofrece un servicio, es decir, respeta cabalmente los
roles y sus implicaciones tácitas de los contratos sociales pactados
hace siglos. Comienza la liturgia. ¿Qué quiero de una prostituta?
La pasión pasa a segundo plano, no siento amor ni deseo, apenas sé
algo de esa persona y ya estoy intimando, le abro la puerta a mirarme
desnudo y mirarme con completa impasibilidad, algo que no entregaría
a muchas personas, tal vez ella note un lunar que sólo es posible
adivinar con la debida atención y bajo la luz adecuada. Nunca
alguien lo ha descubierto. A diferencia de una relación sentimental,
no hay preguntas incómodas y una simple mentirilla basta, miento, es
más, ni siquiera importa, la verdad es confundida con la mentira,
las fronteras se retraen, como las garras de un tigre que juega desde
su escondite mientras la presa se habitúa a éste. Nubarrones de
sinimportancias y de preguntas y contrapreguntas, de exploraciones
que sabrá Dios para qué necesitaremos, ¿tú nombre? Un cliente más
que pudiera representar una cifra capicúa en el mejor de los casos,
¿el suyo? Cualquiera.
Su
trabajo es noble, e incluso ha aprendido a mecanizar las tareas que
de no conocerlas podrían resaltarle fatídicas, la muerte misma
rondaría cobraría los errores. La limpieza de las partes genitales,
una estimulación contra reloj es lo único que importa. Lo demás
carece de cualquier contenido, se vuelve insignificante. Y es que las
prostitutas tienen un modelo económico de corte pragmático, “time
is money”, dirían los americanos. La apariencia es el atractivo, y
el precio lo refuerza. Cuando te das cuenta que no es lo que
aparentaba, presenta una marca de 20 cm en el vientre, senos caídos
y flácidos. El trato está hecho, no hay más por hacer, tienes que
hacer uso de lo ya contratado, o simplemente pagar y marcharte.
Comienza a quitarse los tacones negros de tiras, que asemejan los
usados por los griegos en los inicios de la filosofía, no usa medias
y la falda cortísima pareciera saber de antemano que hacer, cómo
deslizarse entre sus piernas hasta el suelo, la blusa y el sostén se
relajan, simplemente caen por acción de la gravedad, no tienen
gracia alguna. Ya no es lo que hace minutos era, una vez más un
escote pronunciado y una falda provocativa han engañado mi buen ojo.
Coloca el preservativo con justa pericia que me siento seguro en sus
manos, y dejó que ofrezca; me encanta escuchar sus palabras vulgares
con tono seductor, las matiza con una disminución de volumen y
exagerando la pronunciación, me parece escuchar que la última
sílaba apenas la extiende, tal vez por argot profesional o quizá no
sepa llamarlo de otra manera. Mis pensamientos son muchos, qué
estará pensando esta persona de mí, si le parezco atractivo o soy
mera cuota de supervivencia, quizá en el pago de su renta o la
colegiatura de su vástago, lo más seguro. Me siento poco menos que
polvo, mirado desde las alturas por mí mismo con cierta reprobación.
Me entregué a mis instintos y ese mismo arrojo ahora se vuelve
contra mí, ahora han despertado dos seres que coexisten en mis
adentros.
Su
aroma se impregna en la piel, en las ropas, un olor de perfume barato
que inunda la habitación, mi olfato también sufre ante tal hedor.
He sido marcado por algunas horas con aquel elixir de bajas pasiones
y de sótanos, he agachado la mirada ante las personas que pasan,
parecen adivinar de donde vengo, después pienso que debe ser el olor
quien delata mis apenas pasadas acciones.
Me
dirijo a casa, no experimento culpa y no pretendo remordimiento,
siento una tremenda suciedad que se ha pegado a mi cuerpo, rememoro
cada una de sus gesticulaciones, tratando de dilucidar si alguna
dejara escapar su falsedad y que esa fuera la causante de mi
irritabilidad. Pienso en ducharme, aún huelo a ella. El cansancio
me lo impide y paso a un estado de somnolencia . Mañana será otro
día.
Comentarios
Publicar un comentario