Quemados vivos
—Tú Fuiste la
primera — le susurró él desde entre sus piernas y acariciando con
las páginas con sus dedos.
— ¿En darte un
libro?
— Sí, uno nada más
—Te daría muchos
más — contestó ella con caricias en el pecho y le besó la nuca.
— Sólo tengo un
par de ojos. Somos viciosos, ¿Qué dirían los mortales si nos
encuentran en nuestras reuniones clandestinas? Seguro habría fuego
y condenados a muerte por herejía contra la paz mundial de las
ideas
—Nos quemarían
como a los libros prohibidos
—Sí, vivos,
atados, espalda a espalda. Nos serían vetadas las palabras de último
aliento
—Te escribiría en
la palma de la mano con mi dedo. Allí te daría mis letras, las
mismas que me costarían la vida, para que las guardaras sólo tú. –
Se hundieron en un beso profundo. Hicieron el amor.
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