Durante las primeras lluvias del verano, el calor se instalaba en las moradas del país, avisando que los próximos días serían los más calurosos del año. Los campos áridos pedían a gritos sombra para sus resecas grietas, mientras los campesinos rogaban al cielo por las aguas que revivieran las ajadas cosechas y el cadavérico ganado. Los habitantes de la ciudad se guarecían a la sombra de sus hogares, evitando a toda costa poner un pie en las calles. Los perros callejeros bostezaban una y otra vez, asomando una lengua rosada entre sus colmillos, señal del sopor que pesaba sobre su talante. En un camastro herrumbroso, casi sin color que sobreviviera a sus mejores años, se repatingaba Pablo, un hombre longevo y de aspecto taciturno aficionado a mirar al infinito. Permanecía inmóvil durante horas, abrazando su propia existencia entre pequeñas inhalaciones de nicotina y volutas que el viento recogía en segundos. Fumar era lo único que no cambiaba a través de los años, desde su juventud co...
Un lugar para disfrutar de las incongruencias de las ideas