La paradoja de los perros que nunca salen
Ando sumamente ansioso con las diligencias que quiero completar, los textos e ideas que necesito extraer, el trabajo que debo desempeñar, los pasatiempos que me gustaría cultivar... pero el tiempo no me alcanza o me engaño en creer que vale apenas por un suspiro. Puede que la voluntad sea la que flaquea o simplemente que no hay energía mental para lo que me propongo.
Me he apalancado de autores que describen el proceso de organización y manejo efectivo de los esfuerzos. Asumo que funcionan siempre y cuando tengamos la voluntad de dominar y despejar los pensamientos de nuestras inquietas mentes. Por la noche tuve un sueño como los que suelo tener cuando estoy presionado. Me imagino desempeñando las actividades para las cuales estoy descansando, y por consiguiente, las razones por las que no puedo fallar. Esta manifestación de los pendientes del día siguiente dejan sin energía al cerebro, porque dudo que podamos llamar descanso a cerrar los ojos y estar alertas de no fallar en la ejecución del plan. Sin embargo, algo cambió: soñé en las bandejas de entrada de David Allen, colocando mis representaciones vívidas en esos trastes y apagando su visualización. Tal visión me llenó de paz y logró desconectarme de esa sensación de 0 fallo.
Mi metodología de trabajo es idéntica a la paradoja de los perros huidizos y los dueños que nunca los sacan a pasear: está diseñada contra sí misma pero no lo sabe. Lo intuye pero no lo puede afirmar. Quiero decir, esos ciclos donde cada elemento conlleva una reacción negativa, condenan a la interacción a un desgaste sin limites, derrumbando eventualmente, todo el sistema.
Los perros. Cualquier oportunidad de soltarse y correr tanto como sea posible es y será la única cuestión. La necesidad de hacerlo es imperiosa, los castigos o los golpes son un tributo que bien vale la pena ofrendar. Salir ocasionalmente a a las calles, tan llenas de olores, formas, caminos, marcas; y que sea de la mano de un timorato humano que no avanza más que dos calles, es una monserga. ¿Cómo se puede respetar tan insignificante muestra de compasión?.
Los dueños. Los perros son verdaderos demonios que hay que cuidarlos de sí mismos. Se revuelven, muerden, ladran, patalean para salir disparados contra las ruedas de cualquier carro que vaya transitando. No se puede confiar en ellos. ¡Qué desastre!. La gentileza y valor que se requiere toma, por lo menos dos semanas en restituirse. Es probable que sean señales, porque un perro no habla, que a los peludos les desagrada dejar sus camas calientitas, sus alimentos y jueguetes; sienten una gran desesperación por abandonar sus espacios donde lo son todo.
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