Manuel paseaba por el parque, como solía hacerlo los domingos por la mañana. Todos y cada uno de ellos, se enfundaba en su pants gris que hacía meses le fue dado como regalo de su hijo más pequeño. Disfrutaba la sensación de estar solo entre todas aquellas personas y árboles, que juntos creaban un clima de tranquilidad. Se le figuraba como un laberinto custodiado por uruk hais y que a fuerza de penetrarlo reventaría, dándole una salida de último momento, como aquellas películas que el final está determinado por la supervivencia del héroe avante. Un parque si bien no amplio, y sin una característica más notable que el nacimiento que sobrevive a todas las estaciones del año, incompleto pero aún apreciable, era circundado por adoquines enlazados y distorsionados por efecto de las raíces que sobresalían al paso. Correr durante quince minutos le daba una salida a sus problemas, los ponía en una perspectiva distinta, desenmarañando cada uno, sin importar que tan grande fuera, decía él. Ese...
Un lugar para disfrutar de las incongruencias de las ideas