Narración de una muerte ridícula

Manuel paseaba por el parque, como solía hacerlo los domingos por la mañana. Todos y cada uno de ellos, se enfundaba en su pants gris que hacía meses le fue dado como regalo de su hijo más pequeño. Disfrutaba la sensación de estar solo entre todas aquellas personas y árboles, que juntos creaban un clima de tranquilidad. Se le figuraba como un laberinto custodiado por uruk hais y que a fuerza de penetrarlo reventaría, dándole una salida de último momento, como aquellas películas que el final está determinado por la supervivencia del héroe avante. Un parque si bien no amplio, y sin una característica más notable que el nacimiento que sobrevive a todas las estaciones del año, incompleto pero aún apreciable, era circundado por adoquines enlazados y distorsionados por efecto de las raíces que sobresalían al paso. Correr durante quince minutos le daba una salida a sus problemas, los ponía en una perspectiva distinta, desenmarañando cada uno, sin importar que tan grande fuera, decía él. Ese día era especial, no advertía que el siguiente domingo no le sería posible hacer lo mismo, jamás llegaría, nunca volvería a vestir el pants gris que le regaló su hijo menor hace ya mucho tiempo.


Su vida comenzó hace treinta años por la gracia de sus padres que supieron no brindarle todo y sí enseñarle mucho, para que un día, al legarle el negocio familiar, éste supiera todo el trabajo que era mantenerlo a flote y más aún, sostener su propia familia. Un negocio "de buen haber", una pequeña farmacia que durante años, y esfuerzo de toda la prole, había sido surtido hasta la última aspirina, atendida las mismas horas que tarda el planeta en dar la vuelva sobre su propio eje. En algunas temporadas parecía que todos los esfuerzos amainarían para no verse más sus frutos, e irremediablemente buscar otro negocio que permitiera comer y calzar a toda la familia; otras ocasiones alcanzaba para hacer dos veces la misma farmacia.

Quienes lo conocieron cuentan que Manuel satisfecho con la vida que llevaba, no dejaba de pensar en el futuro, como expandir su negocio y por supuesto soñar en las noches qué haría cuando las fuerzas para trabajar le fueran insuficientes. El error fue considerarlo justo ahora, cuando las personas se comen unas con otras por una moneda, la vida ha sido devaluada por miserables pesos que suenan risibles ante la ridiculez que representan, pero que tantas voluntades en seres primigenios suenan a gloria. Ojos escrutaba todo el día develando sus sueños, anotandolos en pequeños cuadernillos, inconfesables por sus contenidos y venéreos para las almas.

Manos manchadas de sangre, daban muerte a todo lo que tocaban como el rey Midas, pero en un paralelo de terror y víceras. Fueron ellos, no pudieron ser otros. Son los culpables de arrebatar la vida a Manuel, por el delito de buscar una vida mejor, por tener un hijo con el mismo tipo de orejas que él, una hija que pintaba para médico y una esposa con zapatos puntiagudos. No hay razones que enternezcan sus infectos corazones, han sido  cascados del alma y no hay hecho que valga para disuadir su sed de bienes materiales y borracheras dignas de una canción. Subieron a Manuel por la fuerza a un vehículo con vidrios polarizados y pintura rasgada por el sol. No le mencionaron una sola palabra, le vedaron el hecho de defenderse, le arrancaron la dignidad de cada poro de su cuerpo de la manera más nefanda que le sea permitido al ser humano imaginar. Desgraciados sean por llevarse a Manuel, por ensañarse contra su cuerpo y contra un pueblo entero. Contra sus hijos y amigos, contra estudiantes y maestros.

¿Hey Manuel qué se siente estar muerto?

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