Anoche


Anoche desperté con una frase en los labios. La dije, tres o cuatro veces a la ventana, como única testigo de mi declaratoria de ingenio y cómplice de tan embarazoso momento. Busqué en mi buro la Mokasine que meses atrás me regalaste, la encontré a la primera palmada no muy lejos de mí, como si estuviera en espera de repentinos asaltos de frases sinsentido. Precisé escribir, letra a letra, el significado y el cuerpo de la oración en alguna página en blanco, guarecerla y mantenerla a salvo de mi mala memoria, para evocarla en la mañana. Sería la frase que memorizaría de mi propia autoría y por la cual me sentiría orgulloso.

Decidí, sin todavía despertar, que era mejor dejar aquella frase flotando en la noche, porque a ella, la noche, le pertenecía. Era su madre y yo su padre. Volví a dormir jurando que en la mañana podría recordar al pie de la letra cada sintagma.

La olvidé, no he vuelto a saber más de la frase. Me quedó la sensación que en ese momento irrumpió, y que probablemente me hizo despertar, pero no recuerdo ni el sentido ni la intención de la oración. Ni el orden, no los acentos. Nada. Ahora es una oración-polvo.

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