Las manías de una mujer que amaba el papel.
Antes de leer: este es un escrito que decido publicar en este momento, a sabiendas que es impreciso y sujeto a muchos errores, sin embargo, es un símbolo de las revisiones que debo hacer, a dos años de haberlo escrito.
A ella la conocí pocos años atrás, cuando yo aún pertenecía al piso dos y la empresa era boyante con sus mercancías. Sus risos dorados se movían por todos los pasillos, atrayendo las miradas de los hombres. Su cuerpo no estaba sujeto a las leyes universales de la gravedad, su andar era algo parecido a flotar sobre la alfombra, ayudada por delgadas cuerdas invisibles que sostenían con delicia sus extremidades. Años después comprendí que en ella no existía el movimiento, o mejor dicho, el movimiento y ella nunca se reconciliaron, parecían ser ajenos, ciudadanos de patrias distintas. Para describir a aquella mujer no debo dejar pasar sus ojos. Su mirada contenía el universo, su historia y su futuro. Era la misma inmensidad contenida en piel.
El cómo me relacioné con ella no estoy del todo seguro, simplemente pasó por obra y gracia de la casualidad. Cuando abrí los ojos la tenía frente a mí, escrutándome con sutileza y en el mismo acto clavándome los ojos muy hondo, tanto que casi podía atravesarme el hipotálamo. En su mano, cargaba un cuaderno que contrastaba con el color de su chaqueta y una pluma pendía del espiral de la misma. Me pidió que la acompañara, iría por su bolso y saldríamos junto de la oficina. Acepté antes que teminara la invitación, apenado, desvié la mirada en los cacharros. Mis compañeros, atónitos, en quietud nos siguieron hasta la salida, sin dar crédito las razones que me llevaban a caminar al lado de la bella dama. Ella habló de las formas que las mujeres hoy en día tienen para divorciarse de maridos pestilentes y la inexistencia de reconciliación por orgullo propio, naturalmente, estuve de acuerdo en todo lo que decía, sin poner un sólo pero u objeción a las denostaciones hacia al género masculino. En un nuevo arranque de valentía, tenté a la suerte, lanzándo a bocajarro una invitación indecorosa, pérfida desde la primera letra hasta el último punto.
De las risas pasamos a los abrazos, de los abrazos siguieron los besos y de los besos llegamos a los "Te extraño". Yo escribía por las noches después de hacerle el amor, ya fuera en el hotel o en mi apartamento. En la última cita, ella portaba nuevamente un cuaderno distinto al del día anterior, y el de un día antes, era como una sucesión numérica de nuevos cuadernos.No pude dejarlo pasar y le pregunté por qué siempre llevaba consigo papeles diferente al anterior, si debía de escribir en demasía o fabricaba cuadernos por el solo placer de sostenerlos un día completo. Ella se sonrojó, miró a todos lados en búsqueda de articular respuesta creíble y sin comprometer su verdadero sentir. La había descubierto. Ella creía que estaba formada de papel, su piel era un montón de hojas apiladas dónde era necesario escribir con la tinta de las experiencias en forma de verso o de prosa, le daba igual. Había personas que habían nacido para escribir en la historia, ella, había nacido para que escribieran en ella. Esa última vez que nos vimos, me pidió que escribiera con semen el porvenir sobre su espalda.
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