Romance Sonámbulo
Creo que soy un anhelante nada más en el mundo de la poesía. No logro poner la suficiente atención para apenas tratar de comprendela, mucho menos para aprehenderla. Como ejercicio de memoria, el cual he descuidado un poco, por no decir un mucho, me he planteado aprender por lo menos un poema. No quiero que se interprete como un hecho de por sí frío, sí quiero que se interprete como un esfuerzo por empezar a abrir puertas en el mundo de la poesía, del cuál se dice que es muy rico en ideas y colores, una expresión multirealista y realcista de ésta, nuestra vida y entorno.
El poema que he elegido como el afortunado que memorizaré será llama Romance Sonámbulo, y el cuál también he dedicado a alguien muy especial.
Romance Sonámbulo (Federico Garía Lorca).
Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendra? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, Verde came, pelo verde, soñando en la mar amarga. --Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo per su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. --Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. --Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? --Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. --Dejadme subir al menos hasta las altas barandas; ¡dejadme subir!, dejadme, hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Donde está, díme? ¿Donde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te qinero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.
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